23 de febrero de 2008

Capitulo 8. Preferiría que me odiases por como ronco.

- Ahora se que hacer con mi vida. -me espetó sin preámbulos aquella tercera y última noche.
No la conocía, esperé cualquier cosa, pero puse esa cara tan socorrida que se usa para afirmar mientras nos explican algo que no comprendemos en absoluto.
- Voy a profesar votos.
Conozco positivamente mis limitaciones como amante y nunca he ocultado mi escasa emoción frente a los derivados de los jugos vegetales, pero hay silogismos que pueden molestar tanto como ciertos programas de televisión.
No quise saber los detalles de nuestro final tanto como los ignoré en sus comienzos. Me limité a regalarle el disco que la mujer melómana me entregó una noche. La cara de mi doble serviría de recuerdo a mi mujer católica y así yo podría seguir dedicándome tranquilamente a mis cosas.

14 de febrero de 2008

Capítulo 7. 72 horas en de cúbito supino

Ella dió el primer paso, nunca había mirado a nadie de aquella manera. Me lo reconoció esa misma noche, completamente desnuda, sobre un edredón de plumas que había comprado en ebay. Sentí como millones de miradas sólo insinuadas se agrupaban formando la palabra sexo en su rostro. El animal que nunca hemos dejado de ser juega muchas malas pasadas. O buenas. María, como no pódía llamarse de otro modo mi mujer católica, paladeo el sonido de palabras como deseo, urgencia, frenesí, pecado; y algunas otras que sólo había conocido en las cajas de ciertos medicamentos.
Su despertar fue un celo. Repentino, matemático y breve. A la tercera noche juntos sólo nos habíamos separado el tiempo justo de acudir a nuestros respectivos trabajos. Sin embargo, habíamos hablado muy poco, y es que el monosílabo muchas veces ímplica la máxima significación.