8 de diciembre de 2007

Capítulo 5. Diáloco

Mi abuelo siempre se medio chupa la punta del índice derecho cuando esta pensando lo siguiente que decir. Y además mira por debajo de tu barbilla a la derecha, algo que no podrías precisar.
- Mira una cosa - me dijo el otro día -, ¿puedes rellenar un pavo con un solomillo?
Yo no acostumbro a sorprenderme por sus inquietudes, así que le sigo la corriente siempre.
- Nadie lo hace. Nadie mete dentro del pavo algo mejor que el pavo. Lo correcto sería rellenar un solomillo con pavo.
El movió la cabeza lentamente de un lado a otro sin dejar de mirar mi axila.
- Lo correcto... nichts, siempre igual: lo correcto. Pero ¿puedes rellenarlo?
- Sí, abuelo, físicamente es posible rellenar un pavo con un solomillo.
- Pues eso.
Desde que murió, mi abuelo se ha vuelto un poco intrigante y bastante sibilino. Quise indagar un poco esta vez en su mente, tan a menudo perversa.
- ¿Qué te ronda por la cabeza? - pregunté.
- La gente, sobre todo los que aún estais vivos, siempre pensando que hay que hacer lo que te han dicho. No pensais ni cinco minutos al día, sumándolos claro, de seguido un par de veces en vuestra vida: justo antes de que vuestra mujer suba al altar y la noche que veláis a vuestro padre.
Y esto lo dice ahora, en vida era muchísimo más machista.
- Me dices por tanto que yo jamás he pensado cinco minutos seguidos.
- Lo afirmo, hijo.
Ahora mi abuelo diría, si estuviera en vida: "chavalas, aprovechad este pedazo de nieto que tengo mientras siga soltero". Cuando se lo cuento mi psiquíatra se frota lentamente las manos como si tuviera la calefacción apagada a propósito.
- ¿Y por qué crees que tu abuelo volvería de la muerte para debatir sobre sociología contigo?
Me jode que utilice el condicional pero no se lo menciono, simplemente expongo que he grabado las conversaciones que mantengo con él frente al retrato que me dejó mi madre junto al televisor. Ese día había conseguido bastante fluidez y casi me parecía que estaba sentado en el sofá junto a mi.
- Hijo, las personas hacen lo que les dicen, toman de lo que les ofrecen y con eso rellenan su pavo, pero tu puedes ponerle un solomillo dentro si quieres. Nadie puede impedirtelo.
- ¿Sabes lo qué yo creo? - me preguntó mi psiquiatra - Creo que tu abuelo nunca probó el solomillo.
Era la hora de volver a casa. Di un buen paseo por entre unas hojas que con la humedad, de cuando en cuando, me hacian resbalar ligeramente. Iba pensando que mi psiquiatra es de esas personas que han probado el solomillo mucho más de lo que creen, sin saberlo.

3 de noviembre de 2007

Capítulo 4. Dobleces

Las hojas del otoño del despertar tardaron mucho más tiempo de lo habitual en comenzar a caer. La consulta de mi psiquiatra esta junto a un frondoso parque en el centro mismo de la ciudad, siempre que acabo una sesión vagabundeo un rato antes de volver a casa. Me gusta meter los pies en los montones de hojas caídas y sentir que te atrapan suavemente. Ese manto habitual en el mes de noviembre había desaparecido. La culpa era, según todo el mundo, de unos cuantos gases expelidos mayoritariamente desde los automóviles. Por el parque no había circulación pero se ve que los gases se movían deprisa. También había algunos grupos minoritarios de personas, algunas muy cualificadas, que negaban la autoría del cambio climático, argumentando que este había sido fundamentalmente una maniobra política para, entre otras cosas como ganar más dinero, convertir a las asociaciones ecologistas en nuevos partidos políticos con la dosis de violenta efusividad necesaria y suficiente como para generar un militante medio capaz de acometer ciertas agresiones paramilitares.

Algunas facciones de este nuevo ejército reposaban ahora junto a un templete mientras generaban entre varios bongos y tambores diversos una especie de ruido ambiental que recordaba al latir de un corazón femenino si lo escucha uno justo desde dentro del útero.

Fue así, con el regusto de mi propio alumbramiento en los oídos, cuando una mujer distrajo mi atención justo desde mi nuca.

- ¿Es usted verdad?

- Ajá, veo que me ha reconocido.

- Su música es para mi como la mano dulce de una madre que te arropa en una noche de invierno.

Creo que un poco me ruboricé. En gran medida porque no he escrito una sola nota en toda mi vida.

- Su cumplido es muy halagador. La vida tiene mucho más sentido cuando las cosas hermosas vienen juntas.

Ella fue la que se ruborizó entonces, y aproveché su debilidad hacia mi supuesto yo para ofrecerle café y bollería de la mejor calidad en apenas unos minutos en dirección este.

La pastelería, más grande que en mi recuerdo, estaba poblada de pequeñas ancianas vestidas un poco, para mi gusto, carnavalescamente. Agasajé a mi admiradora con napolitanas calientes mientras ella me ponía al día de las composiciones con las que mi otro yo había reconfortado su existencia en múltiples ocasiones. Prometí llamarla en pocos días para una audición privada. Ella salió con prisa porque debía volver a su trabajo para ocuparse de cierta reunión que según sus palabras le traía loca.

Me quedé en la cafetería tomando notas mentales sobre como sería, desde un punto de vista psicológico, mi doble. Me hubiese gustado conocerle y preguntarle si a él también le asedían las ardillas de El Retiro para pedirle unas nueces que nunca lleva encima.

26 de octubre de 2007

Capitulo 3. Macho delta

Mi psiquiatra dice que exagero mis recuerdos infantiles pero juro que me crié debajo de las vías del talgo.
- Esta usted intertextualizando.
- No lo malinterprete. Ultimamente Woody Allen se reencarna en mi.
- Woody Allen esta vivo.
Mi psiquiatra no sabe nada de reencarnación. La sensación de invasión se apodera de mi a ratos, no puedo hacer nada por evitarlo. Entonces el señor Allen utiliza mi cuerpo como vía de expresión.
- ¿Quiere decir que él abandona su cuerpo para entrar en el suyo?
- Así es, pero él ni siquiera tiene que abandonar su propio cuerpo. Eso es lo fenomenal. Hace unas semanas me obligó a coger un tren hacia Barcelona. Yo me movía sin fuerzas para intervenir en mis decisiones. Acabé sentándome a tomar café en una terraza de La Rambla y entonces apareció el propio Woody Allen en persona.
- Habló con usted sobre su caso, deduzco.
En realidad no era una conversación, el balbuceaba sobre ciertas ideas consigo mismo, pero utilizaba mis cuerdas vocales para sus propias réplicas.
- Usted se sentiría bastante indignado, imagino.
- Realmente me indigné después. Nos fuimos a un burdel y el señor Allen se quedó en la barra bebiendo bourbon mientras yo fui entrando a una lúgubre habitación con todas y cada una de las mujeres que allí trabajaban. Le aseguro que no fue agradable, sobre todo a partir de la cuarta. En ese momento creo que entró en mi una tercera persona.
- Debo preguntarle quién.
- No puedo asegurarlo pero tengo la sensación de que durante una media hora además de Woody Allen fui también David Beckham...
Para mi psiquiatra tenía mucho sentido la doble posesión, seguramente se habían conocido en los Estados Unidos y probablemente ahora eran dos buenos amigos que salían juntos a divertirse.
Aquella tarde me molestó menos de lo habitual que el reloj de mi psiquíatra sonase anunciando el fin de la sesión, no me sentía mejor tratando mi problema de intrusismo con él, es más, aquella tarde de otoño sentí que al contarle mi experiencia él también había realizado una ocupación a su manera de mi ser, con lo que saboreé la infelicidad de ser el animal menos dominante de mi pequeña manada interior.

21 de octubre de 2007

Capitulo 2. Pequeños indicios de alcohol en sangre

Esa misma tarde observó, no sin cierto estupor, como se regocigaba en la desgracia ajena aquellas veces en que no encontraba motivos para su íntima satisfacción. Y en esto la calle, secundó sus ponzoñosos sentimientos, creándole a la vez una sensación de alivio y de autorechazo con los que combatió enérgicamente, dispuesto a no creer nunca en ninguna de sus dos mitades, como un Mr. Hyde etéreo y sin rumbo.
Creyéndose capaz de calmar sus culpas agarró una botella y bebió hasta perder la sensación de que estuviera vivo, y una vez muerto, creyó verse rodeado de grandes amigos que le alentaban a que siguiera muerto con ellos, por lo menos, hasta el día siguiente.

20 de octubre de 2007

Capitulo 1. Intuición preambulante

Ha pasado la mañana pensando en si todo lo que ha hecho durante su vida fue correcto y sobre todo, desde que punto de vista aplicar dicha corrección. La concreción de su mente es mínima, una tibia impresión de que todo lo que aparece y desaparece en su mente no es real, físicamente real, acrecienta su sensación de que hoy puede salir a calle y encontrar que ésta ha desaparecido y que en su lugar se instala una sencilla senda blanca a partir de la cual esculpirá, en metafórico granito, el sinuoso camino del justo.